Capítulo 1. Hope
Nayisa se puso un paño en la muñeca, la tenía ensangrentada. El cuchillo permanecía encima de la mesa de la cocina de su pequeño apartamento. A través de la ventana se veían los rascacielos que pinchaban las nubes. Era de noche, pero no había estrellas. Los edificios estaban demasiado iluminados, producían tanta luz que parecía de día. En ellos se proyectaba la imagen del presidente Elián pronunciando las frases de la Gran Revolución, las bases de la nueva sociedad. Nayisa las escuchaba con una mueca, “Si sabemos todo de ti podemos protegerte”, “tus datos nos ayudan a cubrir tus necesidades”, “todos estamos conectados, todos somos uno”. Ahogó una risa irónica, miró el pañuelo ensangrentado “¿ayudarme?” se preguntó. Lo dejó caer al suelo, tenía que darse prisa.
Agarró de nuevo el cuchillo, tomó aire y se hizo otro corte en la nunca, la sangre recorría su dorso, introdujo los dedos, la carne se rasgó. Su cara estaba contraída, sacó un chip más pequeño que un grano de arroz. Lo dejó en la mesa junto con el que había extraído anteriormente. Tenían una autonomía de dos horas, en ese tiempo saltarían las alarmas en la central. Debía huir, la esperaban.
Agarró su mochila, metió los brazos por las asas y la colgó a su espalda. Miró la silla que atravesaba el marco de la puerta impidiendo que esta se cerrara. No podía arriesgarse a meter el código, sabrían que salía y sus heridas no habrían servido de nada. Bajó la vista a sus manos, cerró los puños y levantó la cabeza. Llegó el momento. Colocó un pie en el asiento y saltó al pasillo. Se puso la capucha de su chaqueta y se tiró al suelo, reptó por la alfombra sabiendo que la oscuridad, la posición y el color de su ropa podían impedir que las cámaras la captasen. El edificio aún no había sido reformado por lo que eran un par de versiones anteriores y no podían leer su calor corporal.
Coger la cápsula de transporte no era una opción, registraba los movimientos y sabrían donde iba. Solo había una alternativa. Se puso en pie y abrió la pequeña compuerta. Era estrecha, pero por ahí solo se deslizaban los residuos así que era lógico. Metió la mano en el bolsillo interno de su chaqueta, alojado en el pecho y sacó un pequeño artefacto con una circunferencia numerada que, mediante manecillas, indicaba la hora, los minutos y los segundos. Una reliquia de familia, un objeto prohibido de los vetustos. Sonrió, era muy temprano, aún no había amanecido, a los collect wastex les quedaba todavía una hora para ir a eliminar los deshechos.
Se lanzó por el conducto. Por un momento la idea de que sus heridas dejaran un rastro de sangre le atravesó la cabeza, pero no tenía tiempo. Aterrizó en un gran contenedor alojado en el callejón colindante a su edificio. Salió de él ágilmente y se frotó la ropa para eliminar los restos que se pudieran haber adherido a ella. Miró a ambos lados y empezó a caminar, no debía levantar sospechas.
A penas había gente transitando por las aceras, solo los quimera que ataviados con unas gafas que les permitían vivir en un sueño eterno, perdido en sus recuerdos, deambulaban por la ciudad, siempre con una sonrisa y paso errante. “¿Es mejor dejar de pensar que sentir?”, la voz de su madre resonó en su cabeza.
–Nayisa, cariño, no los mires así –dijo su madre.
–Pero parecen felices –contestó la pequeña con voz aguda.
–¿Lo son realmente?
La niña los miró, agarrada a la mano de su madre, después alzó la cabeza para encontrarse con sus ojos claros.
–Lo parecen –dijo finalmente encogiéndose de hombros.
Su madre se acuclilló frente a ella para quedar a su altura y le acarició el rostro con dulzura.
–Cariño, ya no son ellos, su cuerpo está aquí, pero su mente no. ¿Es mejor dejar de pensar que sentir?
Nayisa sacudió la cabeza volviendo a la realidad, continuaba caminando a paso ligero. A su alrededor los edificios, tan altos que se perdían en el cielo, iluminaban las aceras. Sobre ellos se reflejaban imágenes de productos que prometían revolucionar la vida diaria, nuevas aplicaciones que leían tu estado de ánimo y te decían qué hacer o tomar para mejorarlo, imágenes propagandísticas de un mundo idílico que se estaba construyendo entre todos. “Mentiras”, pensó.
Nayisa se agazapó en una esquina, ya oteaba la capsula de transporte. Aún desprendía una luz verde, Yannick se retrasaba en el hackeo.
Se descolgó la mochila, la abrió y sacó un artilugio negro, de metal, en forma de ele. Un arma de fuego, “una pistola” le había dicho su madre.
–Nayisa, las cosas no son cómo piensas. Toma esto, si aprietas aquí –señaló una parte del artefacto– lanza una especie de dardos mortales –susurró
–¿Mortales? Mamá, ¿qué dices?
–Shhh, no alces la voz, nos escuchan –respondió llevándose el dedo a los labios– Cariño estás en peligro, con esto podrás protegerte –continuó dejando la pistola en las manos de su hija.
–¿Protegerme? ¿De qué? –preguntó Nayisa mirando el arma con recelo.
La mujer se mesó el pelo con ambas manos, alzó la vista y la clavó en la de su hija. Estaban sentadas sobre la cama, la habitación era blanca y la luz artificial que la iluminaba, demasiado potente. Encima de la cómoda había una gran pantalla tapada con ropa, en cada mesita de noche había restos de otras que habían sido destruidas.
–Elián te ha lavado el cerebro, a todos, han conseguido disfrazar el control y la vigilancia de seguridad y modernidad, de evolución –se carcajeó.
–Pero ¿qué dices? Elián y Surveillance son buenos, casi altruistas.
–¿Altruistas? –negó con la cabeza– No, nos han engañado. A todos. Ya nadie recuerda la Gran Revolución, sus sacrificios…
Nayisa la miró sin entender. Enarcó las cejas bajó la mirada a la pistola y la alzó hacia su madre.
–¿Qué estas diciendo? ¿La Gran revolución? ¿Sacrificios? ¿De quién? Mamá antes vivían sumidos en guerras, en hambre, en muerte… Ahora no hay nada de eso, todos son felices, todos tienen lo que quieren, la sociedad satisface las necesidades individuales y colectivas. Todo es… perfecto –contestó casi mecánicamente.
–Hija, estás muy equivocada. No tengo tiempo para explicártelo todo. Sé demasiado. Vendrán a por mi.
–Me estás asustando –dijo Nayisa con voz temblorosa agarrando la mano de su madre y dejando descansar la pistola en su regazo.
–Tienes que saber que no hace tantos años, los vetustos, un grupo de intelectuales contarios a la revolución huyeron a otro planeta.
–¿A otro planeta? No hay ningún planeta tan desarrollado como nosotros. Para eso están los Tratados, para enseñarles, para que evolucionen, para que puedan mejorar –la interrumpió la joven.
–Eso nos han hecho creer, pero…
Se escuchó un estallido y un golpe seco que interrumpió la conversación. La mujer miró a su hija nerviosa, empujándola hacia el otro lado de la cama.
–Los orders están aquí, vete, recuerda que si no estás con ellos estás contra ellos. Busca a Yannick. Él te mostrará la verdad.
–Pero mamá, ¿qué pasa? ¿Qué te pasará?
–No confíes en nadie, él lo ve todo –le susurró mientras la empujaba más hacia la pared.
Nayisa abrió la ventana, echó un último vistazo por encima de su hombro, su madre sonreía, y se descolgó por la tubería enganchada a la fachada del edificio.
Escondida en aquella esquina apretó con más fuerza la pistola, “por ti mamá” pensó. Dirigió la mirada a la cápsula colocada en la acera de enfrente. Se tornó roja, debía darse prisa, el Ministerio ya la habría registrado como averiada e iría enseguida a repararla. Se puso en pie dispuesta a correr, cuando un dron apareció frente a ella.
–Identifíquese, no puedo leer su chip –dijo una voz metálica.
–Mierda –espetó Nayisa y empezó a correr.
Tres drones más le cortaron el paso.
–Si no se identifica vendrán los orders –advirtieron.
Nayisa continuó avanzando, agarró la pistola y disparó apuntando a una de las máquinas, le dio y esta cayó al suelo. Las otras produjeron un zumbido y de ellas salieron unos dardos electrificados, realizó una voltereta para esquivarlos. Estaba tan solo a unos pasos de su objetivo, los pulmones le ardían, las heridas le picaban.
Las compuertas de las otras cápsulas de transporte que poblaban la calle se abrieron. De ellas surgieron unas figuras negras, con unas gafas de visión nocturna y unos trajes de fibra de carbono. Empezaron a lanzar pequeñas pipetas que soltaban un gas que producía visiones, un elemento de tortura. Se tapó la boca y la nariz con el brazo mientras corría con todas sus fuerzas.
Un nuevo zumbido atravesó sus oídos, se desplomó y empezó a contorsionarse. Uno de los dardos electrificados le había alcanzado en la pierna. Los orders se acercaban caminando, sabían que la tenían y a pesar de ello cargaban para lanzar una nueva ola de gas mientras los drones se replegaban.
El amanecer se intuía en el cielo. A pesar de la luz que desprendía todo lo de su alrededor, ella, tumbada boca arriba sobre la carretera, podía apreciar los distintos tonos de rosa que acariciaban las nubes. Pequeñas motas de color que iban resurgiendo de su sueño. La boca le sabía a sangre, se dio la vuelta con dificultar y reptó. Cada movimiento le producía un dolor insoportable, el suelo estaba frío y el asfalto le quemaba la piel que no cubría la ropa. Los pasos cada vez se escuchaban más cerca, una mezcla de pisadas y metal que en pocos segundos la alcanzarían.
Un tintineo la avisó de que pronto estaría sumida en el elemento de tortura del gobierno, una nueva pipeta y está vez, muy cerca. Levantó la vista ¿así acabaría todo? Su cuerpo cada vez se convulsionaba con más fuerza, dificultando su avance. Por el rabillo del ojo vio el humo espeso. “Prefiero morir”, pensó mirando la pistola que tenía agarrada con la mano derecha.
Allí, tendida en una calle de la ciudad, con el brazo izquierdo extendido y el derecho flexionado Nayisa recordó “es para protegerte”… Quizás esa era la única opción. De pronto, la luz roja de la capsula hackeada parpadeó y, tras un click hermético, las compuertas se abrieron. Con su último aliento rodó al interior.
Notaba los párpados pesados, como si fueran de cemento. Movió el dedo índice de forma involuntaria y un pinchazo le recorrió la espina dorsal. Tenía la boca pastosa y sentía que su cuerpo era algo ajeno a su mente, era como si lo tuviera desconectado. Intentó volver a abrir los ojos, parpadeó tratando de aplastar el dolor con cada pestañeo.
–Vaya, al fin despiertas
Aquella voz profunda y ronca le resultaba familiar.
–Bienvenida a HOPE.
Nayisa enfocó la vista, las formas borrosas que le producían una sensación de nebulosa fueron tornando a nitiditas. Era su rostro, aquellas facciones duras, esa barba de varios días, sus ojos grises, pero cálidos y esa sonrisa que tanto la desquiciaba.
–¿HOPE? –preguntó con voz bronca.
–Claro, somos la última esperanza ¿no? –respondió Yannick.
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