Diez historias de esta histeria
- albabolsamartin
- 24 sept 2020
- 8 Min. de lectura
>> Resistiré para seguir viviendo. Soportaré los golpes y jamás me rendiré y, aunque los sueños se me rompan en pedazos, resistiré. Resistiré >>
El despertador suena a las seis de la mañana. Inmaculada, enfermera destinada en el hotel medicalizado Villaverde de Madrid, sale de la cama dispuesta a empezar la lucha. Está cansada y preocupada, su hija es de riesgo y ella mira a los ojos del COVID-19 a diario. Todavía con el pelo mojado por la ducha se asoma a la puerta de la habitación de su pequeña, duerme plácidamente. Al mirar esa diminuta nariz coronada por unas pecas recuerda la primer vez que sintió miedo de verdad. Su hija era tan solo un bebé, tenía los labios morados y los ojos hechos cristaleras, trataba de llorar, pero los pulmones no le permitían emitir sonido alguno. Parpadea, mientras las gotas de su cabello le caen por el cuello provocándole un escalofrió y ellas juegan a hacer carreras por su cuerpo. Flashes, eso es lo que ve. Un techo blanco, una pared con dibujos infantiles, el imborrable sonido del oxigeno saliendo por una bombona y una pequeña cara tapada por una mascarilla. Se ahogaba e Inmaculada no podía hacer nada. Sacude la cabeza y prepara la bolsa con la ropa que se pondrá en el garaje, al terminar su turno, antes de subir a casa e ir directa al cuarto de baño sin ni siquiera emitir un saludo.
Mientras se prepara un café observa por la venta. En el exterior se escuchan los camiones de limpieza. Ya han empezado el turno, ataviados con buzos, mascarillas y gafas de protección. Julio, delegado del servicio, intenta adaptar a sus trabajadores a esta situación de emergencia y, juntos, tratan de hacer de las calles un lugar más seguro. Dirige su mirada hacia la pantalla del teléfono móvil. Un mensaje. Levanta la cabeza y observa a sus hombres, debe concentrarse, olvidarse del vacío que deja en el pecho la ausencia de respuesta y el dolor que provocan dos tics azules que se clavan como dagas.

Gloria camina por el asfalto encharcado por el hipoclorito (tres veces más fuerte que la lejía), que los camiones cisterna han expulsado. Está a punto de llegar al lugar en el que trabaja como auxiliar de Geriatría. Levanta la mano enfundada en un guante para abrir la puerta. La frena. A pesar de lo mucho que le gusta ayudar a los demás, tiene miedo. Se coloca un mechón de su pelo negro tras la oreja, es curioso, con todo lo que ha vivido y es ahora cuando siente que le tiemblan las piernas. Huyó de su país para labrarse un futuro, en un principio malvivió sin papeles, se terminó pagando los estudios mientras limpiaba casas… Aun recuerda los días en los que salía tan tarde de clase que la noche lo cubría todo. Los peores, sin duda, eran los viernes. Siempre había algún borracho en la esquina dispuesto seguirla con una sonrisa dañina. A pesar de intentar centrarse en todo lo que ya había superado, el miedo se colaba por su piel, bajaba por su cuerpo hasta llegar al estómago, hasta alargar la mano y rodearlo con sus finos y afilados dedos, hasta apretarlo. Fija la mirada en la puerta, pero no la ve. Sus pupilas están empañadas por la cara de ese anciano postrado en la cama. Estaba aislado y solo y aún así, la miró con una sonrisa que, aunque ella le devolvió, él no vio, estaba oculta tras la tela de una mascarilla.
- ¿Me podrías hacer un favor? - la preguntó.
- Claro, dígame que necesita Eusebio.
- Ve al armario y saca la caja de latón, hay una fotografía de mi boda. Quiero tenerla en las manos- dice con un hilo de voz y de forma entrecortada.
Gloria se quedó parada, parpadeando. Consiguió llegar hasta a aquel recuerdo y ponérselo entre los dedos.
- Era guapa ¿verdad?- preguntó el anciano- Sé que me queda poco tiempo aquí, por eso quiero que ella sea lo último que vea.
>>Cuando cueste mantenerme en pie, cuando se rebelen los recuerdos y me pongan contra la pared, resistiré>>. Gloria sacude la cabeza y coloca la mano en la puerta. Tiene miedo, y no por ella. Tiene miedo de mirar a los ojos a personas que se apagan solas. >>Resistiré>> gira el pomo dispuesta a ignorar al temor que había hecho trinchera en su interior. Tras ella, un coche rompe el silencio de una ciudad fantasma.

El sol sonríe tímido entre las nubes, viaja del capó a los charcos, reflejando colores, creando un efecto iridiscente. Javier, voluntario de la Cruz Roja, abre la puerta del conductor y mira hacia el supermercado en el que se ha detenido. Su compañera baja del coche y abre el maletero. Les recibe Mónica, cargada con unas cajas de alimentos y el uniforme de la tienda.
-La gente está comprando como loca ¿creen que nos van a salvar de un virus, pero nos van a matar de hambre? - bromea mientras les entrega todos los productos que más tarde repartirán.
Mónica vuelve a la línea de cajas tratando de no pensar en la hoja que se ha encontrado cerca del rellano. Esta cansada y no puede evitar que con cada paso le retumben aquellas palabras.
“Deberías mudarte”; “Nos pones en peligro”. Peligro. Los ojos se le empañan así que decide colocarse una sonrisa para sostener las lágrimas. >>Soportaré los golpes y jamás me rendiré, resistiré>>. Vuelve a su puesto. Azúcar, chocolate, masa de hojaldre… Parece que alguien va a hacer un postre. Levanta la cabeza para entregar el ticket y se encuentra con los ojos tristes de una chica.
-Hoy toca cocinar ¿eh? - le dice intentando ver algún tipo de brillo en sus pupilas.
-Sí, ahora tengo más tiempo- contesta Ana encogiendo los hombros.
La joven sale cargada con las bolsas de la compra. El sol está en lo más alto del cielo y Madrid, aunque vacío, está precioso. Con la vista perdida en los edificios piensa en cómo pueden ocurrir cosas tan malas en un día tan bonito. “¿Cuándo todo esto acabe recuperaré mi trabajo?” se pregunta. Se fija en como los rascacielos cortan en el cielo y piensa en su padre mientras una risa amarga lucha por escapar de su garganta.
- ¿Pretendes estudiar diseño de moda? - le preguntó años atrás mientras levantaba la cabeza del periódico y sus cejas se elevaban de entre las gafas con sorpresa.
- Sí- dijo ella
- Eso no es un trabajo ni unos estudios, ¿quieres aprender a hacer trapitos?
- Quiero diseñar ropa, es diferente
- Acabaras sola y en el paro- dijo él muy serio mientras dejaba le periódico en la mesa y se llevaba una taza a los labios
Ana cierra los puños, a veces los sueños pueden salir muy caros, pero >>Cuando se me rompan en pedazos. Cuando sienta miedo del silencio, resistiré<<. Unos pasos acelerados le hacen girar la cabeza, sus dudas se funden con las pisadas de aquel chico que corre calle abajo.
Alonso no puede permitirse llegar tarde al hospital. Trabaja en la zona de urgencias y sabe que si la tarde es dura, la noche lo será más. Casi sin aliento entra en los vestuarios, aunque frena en seco al ver a Georgia, una auxiliar.
- ¿Qué llevas puesto? - le pregunta alzando las cejas.
-Una mascarilla que ha confeccionado una mujer para ayudarnos, se llama Ana.
-No me refería a la mascarilla- aclara recorriéndola con la mirada. Georgia pone los brazos en jarras.
-Si no nos dan armaduras tendremos que hacérnoslas nosotros- dice muy seria mientras estira la bolsa de basura que cubre su cuerpo.
Alonso sonríe y, como si se tratara de un espejo, su sonrisa se refleja en la de ella. Termina de cambiarse y dirige una última mirada al WhatsApp. Se frota la frente con la yema de los dedos y teclea una respuesta mientras un suspiro se descuelga de sus labios.
El cielo se tiñe de naranja y unas pinceladas rosas encuadran los edificios en el atardecer de la capital. Comienzan a sonar los acordes de la canción Resistiré. En la puerta del Hospital, Javier se quita su chaleco rojo y se frota la cara intentando retener las lágrimas. Abre el maletero y saca una silla de ruedas que le hace sonreír. Esa misma tarde, mientras repartían alimentos han parado en la casa de una anciana.
Javier vuelve a mirar el letrero de urgencias, pero las letras se funden y distorsionan nubladas por los recuerdos. Fija la vista en el interior. Por los pasillos, como en una nebulosa, un chico corre seguido de una joven ataviada con una bolsa de basura. Parpadea y cuadra los hombros >>Erguido frente a todo, me volveré de hierro para endurecer la piel y, aunque los vientos de la vida soplen fuerte, soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie>>. Agarra los mangos de empuje de la silla mientras recuerda los ojos vidriosos y las pupilas dilatadas de aquella anciana… “Mi marido murió hace una semana, ya no la va a necesitar. Llévesela a alguien a quien le pueda servir”. Las palabras retumbaban en sus tímpanos. >>Cuando se rebelen los recuerdos y me pongan contra la pared, resistiré>>.

El cielo ya se ha puesto su vestido rojo. Poco a poco las estrellas terminarán cubriéndolo todo. Ángeles, de 85 años, se asoma al balcón. No entiende qué es lo que está pasando. ¿Por qué no puede salir de casa? ¿Por qué no puede ver a sus nietos? ¿Por qué su hija le deja la compra a metro y medio? Llama por teléfono, mira la televisión, lee el Hola… Lleva 20 años viuda y nunca se ha sentido tan sola. Gira la cabeza y mira el interior de su casa, las estanterías están repletas de fotografías, pequeñas caras sonrientes capturadas en marcos de madera. Una vida en instantáneas. Sus pupilas recorren cada esquina y piensa en que ojalá su madre levantara a cabeza y viera todo lo que ha conseguido. Ya no pasan hambre, tiene ropa con la que vestirse y un techo bajo el que dormir. Aprendió a sumar, conoció el mar y logró que sus hijos llegaran a la universidad. Ella, la pequeña de nueve hermanos que ha tenido que ir enterrándolos. >>Cuando pierda todas las partidas. Cuando duerma con la soledad, resistiré>>. La música se cuela en los recovecos del piso. Madrid está cantando. Frente a ella los trabajadores de un supermercado salen a la puerta y los acompañan con aplausos. En la ventana de al lado, un hombre coge el teléfono para avisar a sus operarios de que, al día siguiente, tendrán que desinfectar las calles a las cinco de la mañana y se encuentra con una respuesta “te quiero Julio, pero tengo que protegerte y no dormiré en casa hasta que todo esto pase”. En el hotel colindante, una enfermera de ojos cansados que termina su turno solo piensa en lavar toda su ropa, ducharse y poder abrazar a su hija. En la residencia de la esquina, una mujer que un día más ha vencido a sus miedos. En la calle de al lado, un joven que hace su trabajo en el hospital; y en el aparcamiento, un hombre que empuja una silla de ruedas cumpliendo así una promesa.
Mientras, a lo lejos, todos reciben sus aplausos, porque cuando cada día es más difícil, cuando sonríes mientras lloras, cuando tragas lágrimas y el nudo de la garganta te impide pronunciar una palabra, cuando estas perdido, cuando lo que deseas es gritar hasta que tu voz se apague, hasta que todo lo que tienes dentro de un alto el fuego… Es justo en ese instante cuando se detiene el reloj. Es justo en ese instante cuando los cristales tiemblan, cuando el mundo tiembla, todos bailan y las notas del Resistiré se cuelan en las casas. La letra se filtra en cada piel, la eriza, la estremece y la regenera. Puede que no sea el mejor día, pero la canción seguirá sonando, pase lo que pase. Lamerá las heridas y todos se levantarán alzando la cabeza, mientras las notas aplauden y las letras se besan...
>> Resistiré, para seguir viviendo. Soportaré los golpes y jamás me rendiré y, aunque los sueños se me rompan en pedazos, resistiré. Resistiré >>
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